martes, 31 de julio de 2007

El peso de la cabeza

9:00 am Tren de cercanías.
Mujer sentada frente a mí, semidormida. La frecuencia de cada cabezada que da, con una exactitud pasmosa, es de una vez por minuto. Como poseída, a cada bajada le sigue inmediatamente la correspondiente subida.
9:05 ¡Pumba! Cabeza que, de nuevo, sucumbe a la gravedad…del sueño.
9:10 Décima caída de cabeza. Se le va la olla literalmente.
Al lado de ella, a su izquierda, justo hacia donde se le cae la cabeza, hay un hombre sentado. El hombre siente como suya cada cabezada de la mujer. Su cara es un fiel reflejo. Poquito a poco se va acercando a la chica, muy, muy despacito. El movimiento es casi imperceptible.
9:15 Hombro y cabeza se encuentran.
Por fin descansan los dos.
Y yo.

viernes, 20 de julio de 2007

Apretar un botón

Voy andando detrás de una persona que vive en la calle, un hombre de mediana edad, envejecido, que camina delante, posiblemente borracho.
Un chico que viene por otra calle, con una cámara de gran tamaño en la mano, pasa cerca de él. El hombre de mediana edad ve la cámara y le dice:
-¡Hazme una foto!
El chico responde:
-¿Te hago una foto?
E ipso facto apunta con su cámara y dispara (¡qué fuerte suena esta palabra!).
En el fondo, entenderse con las personas sólo es cuestión de apretar un botón.

martes, 17 de julio de 2007

Por las mañanas…

Cada vez veo más gente en la calle durante mi camino al trabajo, durmiendo en un banco, solos o acompañados, pero sobretodo solos, en cualquier sitio, da igual la zona. Todos ellos comparten un banco como casa y personas alrededor.

Hoy me he fijado en un chico en Atocha, en plena glorieta, tumbado en un banco frente al Mcdonald’s. Un chico joven, bastante joven, medio arropado. Y un hombre más mayor, bien vestido y de pie, hablándole. Me he imaginado que el hombre quería ayudarle. O lo he querido imaginar. Quizás ni siquiera había ningún hombre.

Por las mañanas me duele la vida, y eso que no la comprendo.

jueves, 5 de julio de 2007

Cosas que se quedan

Hoy me ha venido a la cabeza algo que me dejó bastante tocada durante un tiempo, es curioso cómo registramos en el cerebro cosas que luego repentinamente recordamos, y otras que, aunque pasaron ayer, nunca más las recordaremos.

Hace ya al menos un mes, fuimos a repartir unos folletos informativos por varias calles de mi barrio. Mi barrio es un barrio antiguo, de tradición humilde, con edificios viejos, algunos aún en mal estado y abandonados pero con vecinos viviendo, habitualmente alquilados. Este abandono está siendo utilizado como forma de presión para echar a los vecinos, muchos gente mayor, a veces muy mayor, de renta antigua la mayoría. Es una de las más feas caras de la especulación urbanística.

Entramos en un portal de uno de esos edificios, y cuando estábamos metiendo los folletos en los buzones, oímos una voz a lo lejos que nos llamaba, al sentir ruido. Nos adentramos por el inmenso pasillo que nos llevaba a una bonita corrala interior, en obras, y de ahí apareció una señora mayor, seguramente de más de 80 años, que nos decía que entráramos en su casa y que si podíamos ayudarle a bajar la ropa de verano que tenía colgada de un armario rebosante de ropa de una habitación minúscula. La señora movía el brazo con dificultad, dado que nos dijo que se lo había roto hacía tiempo, y le costaba hacer el movimiento que necesitaba para descolgar la ropa de verano que quería.

La verdad es que salí de aquella casa con mucha angustia, tratando de averiguar si habíamos avanzado socialmente en algo, pero sobretodo, pensando en qué habíamos fallado para que esta señora estuviera sola y viviera en las condiciones en las que pudimos ver que vivía. Cuanto más envejecen las poblaciones, más servicios sociales se necesitan, más atención a las personas mayores, a quienes se les tiene que asegurar que pueden ser independientes si quieren. Parece que las instituciones se empeñan en no darse cuenta de que las sociedades evolucionan, y las cosas cambian cada vez más rápidamente.

Quizás estoy adelantándome, a lo mejor, ojalá, alguien va diariamente a visitar a esta señora para ayudarle en lo que necesite, para hacerle compañía, para mirarla con cariño, para que sienta que aún tiene mucha vida por delante, y sobretodo, que se puede valer por sí misma como lo ha hecho siempre y como seguramente quiera seguir haciendo hasta que se muera. No lo sé, pero no salí con esa idea. Más bien me fui con una sensación de abandono que se me metió por dentro, y que me caló bien hondo.

A lo mejor tendría que darle la vuelta a la tortilla y pensar que la señora se encontraba estupenda con la edad que tenía, y podía, con una ligera ayuda de cualquier extraño, seguir viviendo de forma independiente. Supongo que todo depende de cómo se mire, pero no creo que reconfortar y hacer sentir a alguien que importa, y mucho, sea incompatible con esto.