Escucho en un telediario los argumentos de un representante de la iglesia católica para mantener los crucifijos en los colegios públicos. Sencilla y llanamente dice que representan la cultura de España, y por ende, hay que mantenerlos. Y me da por pensar la cantidad de cosas que son parte de nuestra cultura:
El pincho tortilla, la morcilla de Burgos, el vino, Alfredo Landa, Cervantes, Mortadelo y Filemón, la barra de pan, la sangría, las cañitas del domingo por la mañana, Picasso, Forges, Millás, Haro Tecglen, el chocolate con churros, la paella, las tapas, mi barrio, el pescaíto frito, tomar el sol, ir al cine el sábado, los boquerones en vinagre, Unamuno, el flamenco, Baroja, Galdós, El roto, el vermú, el rastro, la siesta en la playa, Camarón, Goya…
Así que yo llenaría los colegios públicos de todo esto. Sin duda. Porque, entre otras cosas, en nombre de ninguna de estas cosas y/o personas se ha derramado tanta sangre como en nombre de un crucifijo.
lunes, 24 de noviembre de 2008
jueves, 6 de noviembre de 2008
Mal sabor de boca
Estoy harta de que la gente no quiera problemas. Es la excusa perfecta para no comprometerse con nada, para no luchar por nada, para conformarnos con lo establecido aunque lo odiemos.
Estoy harta de la gente que es políticamente correcta. Es una de las peores formas de hipocresía.
Estoy harta de que la gente ponga buena cara cuando no le apetece. No es necesario engañar a nadie.
Me gusta la gente sincera, que va de frente, que no esconde nada, por eso no quiero buenas caras a mi alrededor: yo no puedo ponerla si alguien o una situación no me gustan. No sé engañar ni mentir, ni dorar la píldora a nadie, y no me interesa aprender ninguna de esas cosas. Y eso a veces me sale caro. Aunque para mí, lo caro sería no sentirme bien conmigo misma. Y me siento bien, a pesar de este mal sabor de boca que se me ha quedado y que sé que pronto pasará.
He hecho lo que sentía y me apetecía, y he dicho lo que opinaba. No admito líderes, ni gurús, ni iluminados. Apelo siempre al consenso, incluso a consensuar lo que el grupo entiende por consenso. No entiendo las imposiciones por acción u omisión, ni sobreentiendo nunca nada: me tienen que decir las cosas muy claritas para que las entienda.
Y estoy harta de todas las manipulaciones, especialmente de las que se alcanzan repitiendo continuamente el mismo mensaje (¿cuántas veces, a pesar de la rotunda negativa de la mayoría, se ha retomado el tema de las cámaras?). Y de la falta de información, de la no sinceridad, de las omisiones, de los amiguismos y colegueos con el enemigo, de llevar a tu terreno a la gente, de no admitir que no sabemos compartir ni discutir, y menos aún aceptar lo que la mayoría quiere si no es lo que nosotros queremos.
Estoy harta de la cobardía. De no saber afrontar las decisiones. De tirar la piedra y mirar hacia el otro lado.
Qué difícil es ser parte de un grupo donde sienten que disentir es atacar, y donde se censura la diferencia. Y qué feo es que por ello se margine y se oculten acciones a los disidentes.
Pero la vida sigue y tengo que aprender a gestionar todo esto y a quitarme cuanto antes este mal sabor de boca. Ése es mi trabajo ahora.
Estoy harta de la gente que es políticamente correcta. Es una de las peores formas de hipocresía.
Estoy harta de que la gente ponga buena cara cuando no le apetece. No es necesario engañar a nadie.
Me gusta la gente sincera, que va de frente, que no esconde nada, por eso no quiero buenas caras a mi alrededor: yo no puedo ponerla si alguien o una situación no me gustan. No sé engañar ni mentir, ni dorar la píldora a nadie, y no me interesa aprender ninguna de esas cosas. Y eso a veces me sale caro. Aunque para mí, lo caro sería no sentirme bien conmigo misma. Y me siento bien, a pesar de este mal sabor de boca que se me ha quedado y que sé que pronto pasará.
He hecho lo que sentía y me apetecía, y he dicho lo que opinaba. No admito líderes, ni gurús, ni iluminados. Apelo siempre al consenso, incluso a consensuar lo que el grupo entiende por consenso. No entiendo las imposiciones por acción u omisión, ni sobreentiendo nunca nada: me tienen que decir las cosas muy claritas para que las entienda.
Y estoy harta de todas las manipulaciones, especialmente de las que se alcanzan repitiendo continuamente el mismo mensaje (¿cuántas veces, a pesar de la rotunda negativa de la mayoría, se ha retomado el tema de las cámaras?). Y de la falta de información, de la no sinceridad, de las omisiones, de los amiguismos y colegueos con el enemigo, de llevar a tu terreno a la gente, de no admitir que no sabemos compartir ni discutir, y menos aún aceptar lo que la mayoría quiere si no es lo que nosotros queremos.
Estoy harta de la cobardía. De no saber afrontar las decisiones. De tirar la piedra y mirar hacia el otro lado.
Qué difícil es ser parte de un grupo donde sienten que disentir es atacar, y donde se censura la diferencia. Y qué feo es que por ello se margine y se oculten acciones a los disidentes.
Pero la vida sigue y tengo que aprender a gestionar todo esto y a quitarme cuanto antes este mal sabor de boca. Ése es mi trabajo ahora.
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