Levanté la vista y ahí estaba ella, mirándome. Bajé la mirada, avergonzada, como descubridora de una intimidad de la que no podía apropiarme.
Volví a levantar la vista y comprobé que me seguía con su mirada.
Era ella, sí, la musa de Da Vinci, colocada en un balcón de una edificio de mi plaza, de cara a la realidad, afrontándola, conocedora de nuestras limitaciones, de nuestros errores, pero indulgente, comprensiva, generosa, tanto que avergüenza.
Volví a levantar la vista y comprobé que me seguía con su mirada.
Era ella, sí, la musa de Da Vinci, colocada en un balcón de una edificio de mi plaza, de cara a la realidad, afrontándola, conocedora de nuestras limitaciones, de nuestros errores, pero indulgente, comprensiva, generosa, tanto que avergüenza.
3 comentarios:
No sé si te lo he dicho..., me encanta como escribes.
He visto ese cuadro en esa terraza, varias veces, sin embargo, nunca se me hubiera ocurrido algo así.
Y se oyen coros al fondo:
¡Vespa tiene razón...!
Es curioso porque yo lo había visto hacía tiempo, una vez, y me chocó pero no se me ocurrió nada. Y esta mañana ha sido como una revelación...lo que hacen las noches de fiesta entre amigos...
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