Leo una
noticia que me produce un sentimiento contradictorio.
Un hombre de origen africano, Alemayehu Bezabeh, que ha vivido durante tres años en España en malas condiciones, como la mayoría de personas que atraviesan las fronteras de un país
sin pedir permiso (el mío lo tienen desde siempre, si sirviera de algo), resulta que es un atleta con unas marcas impresionantes. Este hecho le llevará a obtener el permiso de residencia y seguramente la nacionalidad.
Por un lado, siento alegría por él, mucha, porque el camino que le ha llevado hasta este momento ha debido ser muy duro. Pero por otro lado siento rabia, mucha rabia porque desearía que todas las personas que quisieran venir a mi país fueran atletas con estupendas marcas.
La inmigración sólo nos interesa cuando nos da reputación, o cuando podemos abusar de ella.
¡Ah! Es que este hombre no es un inmigrante, es un atleta.