martes, 10 de abril de 2007

Crónica de un despido improcedente

Y de repente llegó con su guadaña, tan siniestra, por la espalda, sin que ella la viera. Y su mirada y esa ligera caricia en el hombro derecho fueron una pregunta retórica. Ella asintió con alegría: no estaba viendo lo que yo veía. No veía la guadaña, ni la túnica negra, ni la sonrisa que portaba la sentencia dictada hacía unos meses.
Y no la volvimos a ver.
Buena suerte…

3 comentarios:

Mariano Zurdo dijo...

Hay veces que estás delante de una escena y no la quieres ver. Yo la vi y la olvidé. Pero el recuerdo es tan pertinaz como eficaz la guadaña.

mexileña dijo...

A mí me pasó ayer...que de repente me acordé de esa situación, y me acordé de la de la guadaña...

Kim dijo...

Como sigas tú sin trabajar en este blog, seré yo el que aparezca con la guadaña.