Parece más un título de una canción de un grupo de la movida madrileña que la realidad que me rodea.
El primer maniquí lo encontré en Barcelona, en un balcón de un edificio cerca del puerto. Mis ojos se dispararon hacia aquella imagen que me parecía divertida, novedosa.
Desde ese primer encuentro, y ya en Madrid, cada vez que mi mirada se pierde en un edificio, acabo viendo un maniquí. Ayer mismo, en la calle Relatores, un perfecto maniquí blanco que nunca antes había visto, me observaba impasible.
Espero no acabar como en la preciosa canción de Serrat.
¿Acabaremos todos compartiendo nuestra vida con un maniquí?
Tengo miedo.
lunes, 12 de noviembre de 2007
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2 comentarios:
Al menos nosotros vemos a los maniquís que están quietos. Pero yo nos observan y no paramos de movernos. Ellos sí que tienen miedo.
Me gusta lo que ven tus ojos.
Besitos/azos.
Es cierto, si yo fuera maniquí, tendría mucho miedo de lo que veo...
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